Mal arranque
Rolando Cordera Campos
El año empieza con expectativas nebulosas sobre la recuperación de la economía mundial gracias a la que se afirma en Estados Unidos, pero el camino es largo y no aparecen sus trazos principales hacia delante. De aquí las cautelas de las cumbres financieras, de Bernake a Draghi pasando por la señora Lagarde, que contrastan con nuestros festejos y autohomenajes.
El 2013 no fue, ciertamente, 1994 y todos debemos esperar que 2014 no replique lo ocurrido aquel infausto año. Sin embargo, el pasado no fue el año de gracia ni de los acontecimientos políticos, y el desempeño económico registrado no permite a nadie celebrar lo que no ocurrió y, desde ahí, festejar lo que vendrá de aquí en adelante.Si algo nos pide el mundo tempestuoso del que formamos parte es sensatez en el análisis, precisión en el diagnóstico y prudencia en las proyecciones, las ofertas y la contabilidad de las ventas de futuros. Pero el gobierno no se ha distinguido por esto en estas semanas heladas de arranque de año.
Quien debe aguzar la vista y el oído y preparar las llamadas de atención y alerta es el Congreso que, junto con la prensa, forma el compacto indispensable para que el país cuente con una opinión pública madura, dispuesta a afrontar la adversidad, modular y encauzar la incertidumbre y el desaliento que sin previo aviso pueden inundar la arena política y social. Pero el hecho es que, sin explicación seria alguna, el Congreso renuncia a algunas de sus misiones esenciales en materia de control y vigilancia, y los medios de información no comunican, cuando no se dan a malévolas prácticas de desinformación y manipulación del talante ciudadano.
Las reformas constitucionales no fueron debidamente calibradas, estudiadas ni confrontadas con la realidad y sus tendencias. Se llegó al extremo de obviar el trabajo de las comisiones en la Cámara de Diputados, amparándose en un artículo reglamentario.
Los vándalos que tomaron los salones de San Lázaro habrán tenido o no que ver con algún oscuro designio para apurar este fast track, pero no es eso lo sustancial. Lo verdaderamente importante es que los diputados aprobaron sin deliberar cambios constitucionales de fondo, que en su despliegue pueden definir en gran medida el futuro de México y alterar de manera sustancial el pacto histórico de los mexicanos.
No sobra insistir en que ahí se han sostenido la paz precaria de estos duros lustros de cambio sin rumbo y el propio devenir del Estado, débil como en pocas ocasiones anteriores y sometido al sitio extremo de una constelación de intereses particulares y corporativos sumamente poderosos y sin contrapesos a su voracidad y desprecio por los veredictos primigenios de la construcción nacional. Fue de esos veredictos, insistamos, que emanaron nuestra saga desarrollista y modernizadora y otros acuerdos y logros institucionales que pudieron erigirse en brújulas para los cambios sociales y económicos sucesivos, en un mundo cruzado por el catastrófico equilibrio a que lo llevaron la polarización de la guerra fría y el imparable progreso técnico asociado a la capacidad de autodestrucción más inimaginable.
Recordar no es vivir y no se puede vivir de la nostalgia, pero sin recuerdos ni registros históricos, como lo quieren de nuevo unos modernizadores de aldea o sacristía, los hombres y sus colectividades se acercan al abismo de la desmemoria y la pérdida de sentido, a la vera del camino y casi siempre a la espera de algún Hamelin caritativo que nos haga la tarea y nos saque del embrollo.
Malamente acostumbrados a vivir con la desigualdad profunda y la pobreza de masas, podemos sentirnos ahora acompañados no sólo por los hermanos latinoamericanos que sufren de males similares, sino por buena parte del mundo desarrollado, empezando por Estados Unidos y seguido por España, Portugal, Irlanda, Italia y Grecia, donde la desigualdad económica se ha encanijado y extendido a esferas primordiales de la vida social, como la escuela, la salud y desde luego el empleo. Pero de poco sirve sentirnos contemporáneos de todos los hombres, como quería el poeta Paz, cuando esta sintonía se da por el lado malo de la vida.
Esta actualidad universal de nuestras lacras seculares es denunciada y documentada con cuidado y rigor en la academia y los organismos internacionales. Incluso, ha llevado nada menos que al presidente Obama a declarar a la desigualdad la cuestión decisiva de nuestra época.
Antes, desde este
Éste es o debería ser el contexto de nuestro ejercicio de corrección constitucional indispensable para que las reformas empiecen adquirir sentido institucional y, sobre todo, legitimidad y capacidad. Como lo han advertido en estas semanas destacados y respetados estudiosos del derecho y del Estado como Diego Valadés, José Ramón Cossío y Pedro Salazar, en asuntos históricos del Estado con miras a construir futuros promisorios, la prisa es la peor consejera.
Poner coto a este renovado pero obtuso sentido de pertenencia de los grupos dirigentes y dominantes a un neoliberalismo destructivo y decadente, es tarea urgente a la vez que decisiva. Antes de la lluvia de decepción y frustración que puede sobrevenir de cualquiera de nuestros puntos cardinales, es preciso sacar fuerzas de nuestras flaquezas reconociéndolas en vez de ocultarlas, y recuperar la sensibilidad común, colectiva, respecto de la vera historia de la invención de México. Apelar a sus lecciones no es remembranza estéril ni resignación ante sus reales o supuestas ataduras. Es, simplemente, buscar refugio en un realismo y un pragmatismo que en sus momentos estelares ganaron el reconocimiento del mundo. Entre otras razones, por su ambicioso sentido histórico.
Malamente acostumbrados a vivir con la desigualdad profunda y la pobreza de masas, podemos sentirnos ahora acompañados no sólo por los hermanos latinoamericanos que sufren de males similares, sino por buena parte del mundo desarrollado, empezando por Estados Unidos y seguido por España, Portugal, Irlanda, Italia y Grecia, donde la desigualdad económica se ha encanijado y extendido a esferas primordiales de la vida social, como la escuela, la salud y desde luego el empleo. Pero de poco sirve sentirnos contemporáneos de todos los hombres, como quería el poeta Paz, cuando esta sintonía se da por el lado malo de la vida.
Esta actualidad universal de nuestras lacras seculares es denunciada y documentada con cuidado y rigor en la academia y los organismos internacionales. Incluso, ha llevado nada menos que al presidente Obama a declarar a la desigualdad la cuestión decisiva de nuestra época.
Antes, desde este
extremo Occidentelatinoamericano, la Cepal y su secretaria ejecutiva convocaron a los gobiernos y a las sociedades de la región a hacer de ésta la hora de la igualdad y enfocar todas las energías a cambios estructurales dirigidos a apurar su llegada. De lo que se trata es de no debilitar todavía más a los estados en afanes y espejismos de imitaciones
extralógicas, como diría don Alfonso Reyes.
Éste es o debería ser el contexto de nuestro ejercicio de corrección constitucional indispensable para que las reformas empiecen adquirir sentido institucional y, sobre todo, legitimidad y capacidad. Como lo han advertido en estas semanas destacados y respetados estudiosos del derecho y del Estado como Diego Valadés, José Ramón Cossío y Pedro Salazar, en asuntos históricos del Estado con miras a construir futuros promisorios, la prisa es la peor consejera.
Poner coto a este renovado pero obtuso sentido de pertenencia de los grupos dirigentes y dominantes a un neoliberalismo destructivo y decadente, es tarea urgente a la vez que decisiva. Antes de la lluvia de decepción y frustración que puede sobrevenir de cualquiera de nuestros puntos cardinales, es preciso sacar fuerzas de nuestras flaquezas reconociéndolas en vez de ocultarlas, y recuperar la sensibilidad común, colectiva, respecto de la vera historia de la invención de México. Apelar a sus lecciones no es remembranza estéril ni resignación ante sus reales o supuestas ataduras. Es, simplemente, buscar refugio en un realismo y un pragmatismo que en sus momentos estelares ganaron el reconocimiento del mundo. Entre otras razones, por su ambicioso sentido histórico.
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