Para Juan Gelman
Adolfo Gilly
Juan, esperá un momento. ¿Quién te andaba apurando, si había todavía un poquito de tiempo? Sí, ya sé, pero es que aquí tengo un libro que te traje de Francia y aún no te entregué. Te lo manda una vieja amiga, Michèle Goldstein-Narváez. ¿La recuerdas? Es un libro de cartas, enviadas a inicios de los años 40 desde el ghetto de Varsovia, que los exiliados polacos en París recibían cada vez menos, cada vez menos. Se llama Esperamos siempre vuestras noticias, porque así terminaban las cartas entre los exiliados y los que habían quedado encerrados en el ghetto.
Vos sabés cómo es eso, vos que escribiste aquella vez a tu madre: recibí tu carta 20 días después de tu muerte y cinco minutos después de saber que te habías muerto / una carta que el cansancio, decías, te interrumpió. ¿Te acordás, Juan?
Nos escribimos poco en estos años de exilio / también es cierto que antes nos hablamos poco, le decías en esa carta escrita entre Ginebra y París.
Anduviste siempre en el exilio, Juan, y cuando de aquí te ausentabas te sentías exiliado de México, esta tierra donde dijiste que te ibas a morir. Cumpliste, querido, aunque tal vez sea sólo una de esas cosas de tus conversas largas y nocturnas.
Bueno, Juan, ya me dijeron que no puedes esperar, que ya saliste hacia allá. ¿Sabes? Me hablaron hace un rato desde tu Buenos Aires para decirme de tu viaje. Estaba yo leyendo, de veras te lo digo, unas líneas de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en Il Gattopardo, cuando describe al Príncipe de Salina, don Fabrizio, al regreso tardío de una fiesta, mirando el oriente del cielo por encima del mar:
Por allá andarás, Juan, gorrión raspado, tucán extremista, calandria filológica, llevando como siempre al hombro la mañana. El Príncipe de Salina y el Lucero del Alba te estarán dando su luz de bienvenida.
Venus estaba allí, envuelta en su turbante de otoñales vapores. Ella era siempre fiel, esperaba siempre a don Fabrizio en sus salidas matinales, en Donnafugata antes de ir de caza, ahora después del baile. Don Fabrizio suspiró. ¿Cuándo se decidiría a darle una cita menos efímera, lejos de la torpeza y de la sangre, en su propia región de perenne certeza?
Por allá andarás, Juan, gorrión raspado, tucán extremista, calandria filológica, llevando como siempre al hombro la mañana. El Príncipe de Salina y el Lucero del Alba te estarán dando su luz de bienvenida.
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