El sistema porfirista estaba a punto de entrar en una crisis de la que no se recuperaría. Una parte de la sociedad mexicana creía que si Bernardo Reyes se convertía en el sucesor de Porfirio Díaz, México tendría un nuevo gobernante que guardaría la paz y desarrollo que había costado tantos años alcanzar.
Sin embargo, don Porfirio no opinaba igual, y prefirió deshacerse de Reyes enviándolo a Europa. Fue entonces cuando, en la escena política nacional, apareció un personaje que con el paso del tiempo se convirtió en el apostol de la democracia.
Francisco I. Madero era un hacendado de Coahuila quien por diversas razones decidió dedicarse a la política. Y para ello, escribió un libro que hasta el día de hoy sigue siendo importante: "La sucesión presidencial en 1910".
En este libro, Madero señala que para superar la crisis que México vivía era necesario creer en la fuerza del voto, crear un auténtico partido nacional y llamar a elecciones para que la ciudadanía escogiera a sus nuevos gobernantes.
Había que conquistar el poder desde abajo: primero los ayuntamientos, luego las gubernaturas y por último la presidencia. Sin embargo, todo se aceleró y Madero se encontró con que su libro lo hizo muy famoso en todo el país, y un amplio grupo de antiguos reyistas lo lanzó como candidato para las elecciones presidenciales de 1910.
Madero fue el primer político mexicano que hizo una campaña electoral: recorrió varias partes de México para convencer a la gente de que era necesario votar para impedir que la futura desaparición de Díaz provocara el surgimiento de una dictadura.
Sin embargo, los porfiristas vieron a Madero como un enemigo, por lo que pusieron obstáculos a su campaña y al final lo metieron a la cárcel. Madero huyó a Estados Unidos y lanzó el Plan de San Luis, en el que convocaba a los mexicanos a la lucha armada para desplazar a todas las autoridades.
La Revolución comenzó a principios de 1911, y trajó consigo una tradición política que había sido erradicada desde 1876: el pronunciamiento. Seguiría entre nosotros hasta el final del gobierno de Lázaro Cárdenas.
Díaz prefirió renunciar antes de que la guerra se hiciera más violenta, y a finales de 1911, luego de la realización de elecciones extraordinarias, Madero se convirtió en presidente.
A pesar de haber perdido su cabeza, el porfiriato seguía vivo, y no estaba contento con su nuevo líder. Por su parte, los maderistas se sintieron traicionados cuando Madero no los incluyó en su gabinete ni les cumplió de inmediato las promesas que les había hecho si lo seguían en su lucha.
Mientras tanto, en diciembre de 1911 se promulgó una nueva ley electoral que por primera vez permitía el voto directo (para elegir diputados y senadores) y la existencia de partidos políticos, tal y como los conocemos ahora.
Los primeros tres partidos políticos de la historia mexicana fueron: el Partido Constitucional Progresista, el Partido Nacional Liberal y el Partido Católico Nacional.
La maquinaria política porfirista no impidió el triunfo de Madero. En realidad lo ayudó a llegar a la presidencia, puesto que el nuevo caudillo había repetido (sin querer) un viejo argumento: alcanzar el poder por la fuerza y legitimarse a través de las elecciones.
En 1912 hubo elecciones para renovar a los diputados y a la mitad del Senado. Durante años se ha dicho que el poder legislativo fue responsable de la caída de Madero, al oponerse a sus iniciativas de ley, pero hay historiadores que aseguran que el Congreso, liberado de las trabas que le ponía don Porfirio, sólo se comportó como lo hubiera hecho cualquier otro Poder Legislativo en el mundo al discutir las propuestas del Ejecutivo, y que si Madero cayó fue por sus políticas y por la falta de aliados.
Madero fue asesinado en 1913 y Victoriano Huerta subió al poder, lo que ocasionó que el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, se levantara en armas. Luego de vencer a Huerta y durante la etapa carrancista (1916-1920) se realizaron cinco procesos electorales a nivel nacional: elecciones de ayuntamientos (septiembre de 1916), elecciones para diputados al congreso constituyente (octubre de 1916), elecciones para diputados de la XXVII legislatura (mayo 1917), elecciones para diputados de la XXVIII legislatura (julio 1918) y las elecciones presidenciales extraordinarias de 1920 (realizadas por Adolfo de la Huerta).
Para 1916 el constitucionalismo controlaba la mayor parte del país (luego de destruir a la División del Norte un año antes) y Carranza creía que era necesario legitimar a su movimiento a través de elecciones. Éstas se realizaron en las zonas controladas por los carrancistas y sólo pudieron votar ellos y sus aliados.
Estos procesos electorales se caracterizaron por la baja participación y la violencia en las casillas. Poco antes de la convocatoria al Congreso Constituyente de 1917, los carrancistas formaron el Partido Liberal Constitucionalista, y decidieron impulsar la candidatura de Carranza como presidente de la República.
Fue en la Constitución de 1917 donde apareció por primera vez el voto directo para elegir a todos los gobernantes. La reelección estaba prohibida para los cargos de presidente y gobernadores, pero sólo podían votar los hombres (ya que el voto femenino podía ser influido por la Iglesia).
La ley electoral de 1918 estableció que los distritos, municipios y estados controlaban la realización de las elecciones, levantando el padrón electoral, registrando a los candidatos, computando los votos y elaborando los documentos de la elección.
También señalaba que para crear un partido político era necesario tener la firma de cien ciudadanos, un programa político y una antigüedad no menor a dos meses. También permitía las candidaturas independientes, con sólo tener 50 adherentes.
En septiembre de 1920, luego del asesinato de Carranza, se realizaron las elecciones en las que Álvaro Obregón se convirtió en el nuevo presidente, otra vez para legitimar algo que ya se había decidido por las armas. Obregón ganó las elecciones con 1,079,000 votos, en un momento en el que los verdaderos electores eran los generales que lo apoyaron para llegar al poder, y quienes tenían sus propios partidos políticos para fortalecerse en sus regiones.
Si bien todos apoyaban a Obregón (por lo menos al principio), entre estos generales había fuertes y violentos enfrentamientos para quedarse con el dominio de sus estados. A través de sus "partidos particulares", y gracias al trabajo de sus "facilitadores políticos" las elecciones eran controladas por nuevos grupos regionales (quienes se deshicieron de las antiguas élites porfiristas).
Como en el caso de los clubes políticos del Porfiriato, apoyar a Obregón no significaba estar en el mismo bando. Los facilitadores con sus grupos de votantes podían enfrentarse a balazos para quedarse con el control de las casillas electorales y de ese modo garantizar el triunfo estatal de sus líderes.
En 1923, al quedar claro que Obregón pondría en la presidencia a Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta se levantó en armas (esperando repetir el viejo esquema una vez más), pero el apoyo norteamericano a Obregón se lo impidió.
Calles ganó las elecciones con 1,340,634 votos, lo que fortaleció al grupo de sonorenses que llegaron al poder con Obregón en 1920, y quienes creían que, junto a su jefe, bien podrían gobernar a este país durante muchas décadas más...
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