ACADEMIA DE 14 AGOSTO DE 2012

ACADEMIA DE  14 AGOSTO DE 2012
TURNO VESPERTINO

viernes, 8 de febrero de 2013

La medición de la pobreza en el mundo/ VI
Gastos de consumo (en vez de ingresos) para medir pobreza y desigualdad
Julio Boltvinik
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En los primeros años que impartí el curso sobre conceptos y medición de pobreza en El Colegio de México, solía ilustrar la deficiencia del indicador de ingresos para medir pobreza con la situación de desempleo que viví durante un par de meses antes de incorporarme a dicha institución en 1992. En esos dos meses el ingreso de mi hogar fue igual a cero, a pesar de lo cual nuestro nivel de vida fue similar al de años anteriores, porque tenía ahorros y crédito de los que eché mano. A muy corto plazo, el ejemplo es válido. Sin embargo, la pregunta es cuántos meses hubiera podido mantener dicho nivel de vida sin encontrar un nuevo empleo. Sería aquí aplicable el concepto de ingreso permanente acuñado por Milton Friedman (el mismísimo padre del neoliberalismo) para explicar el comportamiento de consumo-ahorro de los hogares en su libro A Theory of the Consumption Function, 1957 (Para una descripción y crítica de la teoría de Friedman, véase el capítulo III de Julio Boltvinik, La teoría del consumo en las ciencias sociales: una revisión crítica, tesis de licenciatura en economía, UNAM, 1971). En el escenario de desempleo a largo plazo, mi ingreso permanente tendería a cero, pero con un periodo de desempleo de sólo un par de meses, mi ingreso permanente resultaba poco afectado. Quienes sostienen que el gasto de consumo es mejor indicador que el ingreso para medir pobreza y desigualdad argumentan que ello es así porque aproxima mejor el ingreso permanente.
Peter Lanjouw, en el capítulo 13 del libro de Besharov y Couch Counting the Poor, que he venido examinando en esta serie de entregas, aborda la utilización de datos de consumo como expresión del bienestar de los hogares para ser usados en cálculos de pobreza y desigualdad, tomando como caso de estudio a Brasil. Dice que hay razones conceptuales y prácticas para preferir el indicador de gastos de consumo del hogar que el de ingreso (p.273). Argumenta que “los gastos de consumo reflejan no sólo lo que un hogar puede adquirir basado en su ingreso corriente, sino también si puede tener acceso al mercado crediticio o a ahorros propios, o si disponer de transferencias intrafamiliares o intracomunitarias de recursos en periodos en los que los ingresos corrientes son bajos o incluso negativos…Por esta razón, puede haber una desvinculación significativa entre el nivel del consumo corriente y el del ingreso corriente, siendo un mejor panorama del nivel de vida a largo plazo del hogar el del consumo que el del ingreso. Aún más, en las condiciones de un país en desarrollo, la medición de los gastos de consumo es frecuentemente más fácil que tabular (sic) los ingresos del hogar” (p.274). Construir un agregado de gastos de consumo no significa, solamente, sumar los gastos de cada rubro porque, según el autor hay cuatro consideraciones especiales que hay que hacer:
1) Rubros costosos que se adquieren esporádicamente. Por ejemplo, automóviles. Aunque el periodo de referencia para el gasto en el cuestionario sea el año pasado, habrá una proporción reducida de hogares que hayan adquirido un auto en dicho año, pero una proporción mucho mayor poseerá un automóvil. Si sólo se incluye en el agregado la información para quienes adquirieron automóvil en dicho año se cometerá un doble error: se subestimará el nivel de consumo (bienestar) de quienes poseen automóvil adquirido antes y se sobrestimará el de quienes lo adquirieron en el año, tomando todo el costo del automóvil como si se hubiera consumido durante dicho año.
2) Rubros que sirven como insumos para la producción o como inversiones. Por ejemplo, gastos en un tractor o en fertilizantes que deben ser excluidos del gasto de consumo. En estos casos la distinción es sencilla, pero en otros es muy difícil, dice Lanjouw. Aunque no da un ejemplo concreto, si el hogar produce alimentos para la venta (por ejemplo, quesadillas), una parte de los gastos en alimentos (tortillas, queso) no constituirán gastos de consumo sino en insumos. 3) Rubros adquiridos para otros hogares, el gasto en ellos debe ser excluido del indicador de bienestar del hogar. Correctamente, precisa el autor que los regalos recibidos si deben contabilizarse en el gasto del hogar receptor. En rigor, aunque el autor no lo comenta, son parte también del ingreso, como lo consideramos los que aplicamos el MMIP (Método de Medición Integrada de la Pobreza en México) y utilizamos para ello las bases de datos de las ENIGH (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares) del Inegi que captan tanto regalos otorgados como recibidos por los hogares.
4) Rubros cuyo gasto tiene baja elasticidad respecto del nivel del gasto total (lo que significa que al aumentar el gasto total el destinado a salud lo hace en menor proporción; véase nota en la gráfica). El autor se refiere aquí a rubros donde es dudoso que a mayor gasto haya más bienestar como en salud. Resuelve este problema, siguiendo a otros autores, vía el análisis de las elasticidades de gasto. Si éstas son bajas pueden eliminarse estos gastos, pero no deberían eliminarse si son altas, porque entonces su eliminación podría cambiar la ordenación de hogares de menor a mayor nivel de bienestar. En materia de educación argumenta que el gasto en ella es un gasto de inversión y que incluirlo podría sobrestimar el bienestar de los hogares con hijos en edades de ir a la escuela. Cita valores de elasticidades de salud en países subdesarrollados de un trabajo de Deaton y Zaidi que las ubica en el rango de 0.74 a 0.86, menores a la unidad, lo que querría decir que los hogares de mayores ingresos gastan una proporción menor del mismo (aunque un monto absoluto mayor) que los de bajos ingresos en salud. Por otra parte presentan sus propios cálculos para Brasil, tanto para el conjunto de hogares como por deciles. En la gráfica los he reproducido. Como puede apreciarse, salvo dos deciles, en los demás y para el conjunto de hogares la elasticidad de los gastos en salud es menor a la unidad (aunque cercana a ella para el conjunto), mientras en educación es mayor a la unidad en la mitad de los deciles y en el conjunto de ellos. Ello lleva a Lanjouw a incluir el gasto en educación en su indicador de gasto, pues los gastos en colegiaturas de escuelas privadas se pueden relacionar directamente con un nivel más alto de bienestar, mientras en salud sólo incluyó los gastos en seguros de salud que son discrecionales y preventivos (p.282). Concluye que si se desea expresar el nivel de bienestar de los hogares lo ideal es capturar no tanto los niveles de gasto sino el valor monetario del flujo de servicios de consumo disfrutados por el hogar de cada bien o servicio, lo que supondría captar no sólo el gasto corriente en bienes durables sino la posesión de un número amplio de ellos, su fecha de adquisición y su valor monetario actual. El autor no incluye cálculos de pobreza, sólo de desigualdad a partir del consumo, pero no los compara con los basados en ingresos.

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