ACADEMIA DE 14 AGOSTO DE 2012

ACADEMIA DE  14 AGOSTO DE 2012
TURNO VESPERTINO

viernes, 21 de diciembre de 2012

La IGLESIA
católica en la tormenta
REVOLUCIONARIA


MANIFESTACIÓN DE OBREROS CATÓLICOS, CA. 1926, NEGATIVO DE PELÍCULA DE NITRATO, FONDO CASASOLA,
INV. 5907, SINAFO, CONACULTA-INAH-MEX; REPRODUCCIÓN AUTORIZADA POR EL INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

Durante el Porfiriato y el breve gobierno maderista, la relación entre Iglesia y Estado fue cordial y respetuosa. Sin embargo, después de la Constitución de 1917, los revolucionarios y el clero católico revivieron viejos conflictos y entraron en franca lucha, hasta que estalló la guerra cristera

El trauma del anticlericalismo liberal, luego de la emisión de las Leyes de Reforma a finales de los años cincuenta del siglo XIX, permaneció por muchos años en el ánimo y la expresión de la Iglesia católica en México. La desarticulación de su poderío patrimonial ocasionó incontables problemas y conflictos en las relaciones entre Iglesia y Estado. Tuvieron que pasar varios descalabros para que ese trauma terminara.
En algo contribuyó la Segunda Intervención francesa (1861-1867) para que el clero respirara y continuara ejerciendo sus funciones espirituales, sociales, educativas y culturales. Pelagio Labastida y Dávalos, primero como obispo de Puebla (entre 1855 y 1863) y luego como arzobispo de México (entre 1863 y 1891), fue el personaje central de una postura conciliadora frente al Estado liberal que impidió mayores descalabros y enfrentamientos. De hecho, fue el actor principal de la conciliación Iglesia-Estado que el país experimentó durante la República restaurada y el Porfiriato.
La estabilidad en las relaciones entre ambas instituciones se instauró por décadas. La Iglesia se dedicó a su labor espiritual y social, sin inmiscuirse en asuntos políticos o públicos, gozando de cierta autonomía. Las relaciones con el gobierno de Porfirio Díaz, desde 1876, fueron de convivencia y respeto, lo que reconstruyó también las relaciones diplomáticas entre el gobierno mexicano y el papa Pío IX, cabeza de la Santa Sede. Labastida fue el intermediario y constructor de una excelente relación.
En 1891 hubo dos cuestiones que marcaron el futuro de la presencia de la Iglesia católica en México. La primera fue la muerte del arzobispo Labastida, ocurrida el 4 de febrero, que alteró el liderazgo eclesiástico mexicano; y la segunda, la publicación de la encíclica Rerum novarum, del papa León XIII, que a partir de ese momento permitiría la acción de los católicos en el campo del trabajo, pero también dentro de la vida política, y tendría amplias repercusiones en la creación de asociaciones, la difusión periodística y la conformación de partidos políticos.

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