ACADEMIA DE 14 AGOSTO DE 2012

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TURNO VESPERTINO

miércoles, 2 de enero de 2013

Educación: identidad disociada

Habrá algunos estados que podrán tomar en su manos la conducción de la educación local en pocos años; en otros quizá tarde lustros; pero es el camino. No hay que descentralizar ni dar autonomía a quien no tenga poder para ejercerla.

Carlos Ornelas

En sicología existe el trastorno de identidad disociativo, o de la doble personalidad, que se confunde con la esquizofrenia, que se refiere a perturbaciones mentales crónicas. En el lenguaje popular, sin embargo, cuando se habla de esquizofrenia política, se trata de políticos que dicen una cosa y hacen otra, aunque estén convencidos de que proceden bien. Voy a forjar una extrapolación irracional; espero que sea útil para entender el asunto.
Desde su independencia, México ha vivido en esa situación de identidad disociada. Tenemos un régimen federal en la Constitución, mas en la práctica estamos más cerca de la estructura de un Estado unitario (y presidencialista, además); y esta tendencia es vigorosa. Pero en el discurso los políticos continúan invocando al federalismo como si fuera verdad. Con ello se niegan las ventajas de un sistema centralista.
En la educación básica y normal, por ejemplo, se vive en un régimen centralista en esencia y federalista en la retórica. Este centralismo es una deformación del Estado unitario donde la estructura jurídica y la práctica política son congruentes. El federalismo educativo, como he argüido en infinidad de ocasiones, es una ficción. El centro tiene el poder, los estados algo de autoridad, mas no la suficiente como para lidiar contra el poder del SNTE, un sindicato centralista y con prácticas patrimonialistas arraigadas.
Después del Acuerdo para la modernización de la educación básica, de 1992; los gobernadores en pocos años se amoldaron a las condiciones reinantes; trataron de evitar conflictos con las camarillas del sindicato, y algunos aun le sacaron —y siguen sacándole— provecho.
A raíz de mi artículo de la semana pasada sobre los comisionados del SNTE y a la batalla que se avecina, un amigo mío, ex secretario de Educación de un estado, conocedor de la práctica política del SNTE y de varios gobiernos, me expresó que para librar esa acometida no sólo se debe convencer a la masa de buenos maestros, como argüí. Hay que lidiar con los gobernadores.
Ellos también tienen sus comisionados; la mayor parte de los funcionarios de la estructura educativa local es leal al SNTE, pero sirve también al gobernador. Por ejemplo, son acarreados para los actos oficiales y, como son muchos, pues hacen el auditorio y aplauden cuando deben aplaudir. El asunto es más complejo; mi amigo me convenció.
Como los gobernadores no tienen poder, hacen arreglos de conveniencia mutua con las camarillas locales del SNTE. Por ello, si en realidad se desea que el Estado (no sólo el gobierno federal) recupere la rectoría en la educación, debe convencer a los gobernadores que abandonen ciertas prácticas y convenios ilegítimos que mantiene con esas camarillas.
Allí está el quid del asunto. Los gobernadores van a impulsar que sus legislaturas apuren las reformas a los artículos 3 y 73 de la Constitución, que ya aprobó el Congreso federal, pero no van a enfrentar a las camarillas locales ni al SNTE en general tratando de quitarle comisionados. Aunque quisieran, carecen de poder para ello. Menos aún en los estados donde la disidencia reaccionaria tiene el control de los docentes, como en Oaxaca, Michoacán, Guerrero y porciones de otros estados.
Es aquí donde el concepto de centralismo democrático puede operar. Si tiene como base los principios de soberanía (de los estados) libertad y orden, el gobierno central tendrá que recentralizar la administración de la educación básica y normal poner orden, descolonizar a las secretarías de educación estatales y fortalecer sus capacidades burocráticas. Habrá algunos estados que podrán tomar en su manos la conducción de la educación local en pocos años; en otros quizá tarde lustros; pero es el camino. No hay que descentralizar ni dar autonomía a quien no tenga poder para ejercerla.
La recentralización no acabaría con la identidad disociada del sistema educativo; la pondría a tono con la realidad. La descentralización vendría después, de forma paulatina con un Estado fuerte y estados robustos.
RETAZOS
El argumento del centralismo democrático es más complejo y tiene muchas facetas que no se pueden tratar en un artículo periodístico, mas lo expuse con amplitud en mi libro, Política, poder y pupitres: crítica al nuevo federalismo educativo.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana

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