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Ciro el Grande
Después de subir al trono de Persia en el año 559 a.C., Ciro II conquistó un reino tras otro hasta edificar el mayor imperio de su época, que se extendía desde las costas del Egeo hasta las riberas del Indo, en Pakistán. Cuando hizo su entrada triunfal en Babilonia se proclamó «rey del mundo», pero sus victorias no le impidieron granjearse fama de monarca clemente y justo.
Tras unir a medos y persas bajo su mando, Ciro II creó un vastísimo imperio, que incluía Anatolia, Mesopotamia e Irán y que gobernó con el título de «Rey del Mundo». En el Cilindro de Ciro, un documento que conmemoraba su conquista de Babilonia en 539, Ciro II también se presentaba como el «Gran Rey, Rey Legítimo, Rey de Babilonia, Rey de Sumer y Acad, Rey de las Cuatro Regiones». En el mismo texto se afirma que los reyes de todo el mundo, desde el mar Superior hasta el Inferior -esto es, desde el Mediterráneo hasta el golfo Pérsico-, le llevan sus tributos y le besan los pies en Babilonia. Sin embargo, apenas quince años antes de la toma de Babilonia, Ciro estaba muy lejos de ser «rey del mundo». Su poder se reducía a la región de los montes Zagros, al sur del actual Irán, en donde estaban asentados los persas, un antiguo pueblo nómada. Ciro pertenecía a la dinastía reinante de los aqueménidas, que había surgido hacia el año 700 a.C., cuando Aquemenes, el legendario jefe del clan pasagarda, estableció a su gente en el territorio de Anshán, que entonces empezó a llamarse Persia (Parsa, tierra de los persas). El heredero de Aquemenes, Teispes, fundó un reino que bajo sus antecesores Ciro I y Cambises I ganó nuevos territorios, como la mayor parte del antiguo reino de Elam. Pero, aunque Persia adquiría cada vez mayor envergadura, era un Estado vasallo de la potente Media. Los medos, un pueblo nómada y semitribal, lucharon contra el Imperio asirio hasta conquistar su capital, Nínive, en el año 612 a.C. La victoria los convirtió en dueños de toda la meseta que se extiende entre Mesopotamia y la India, gobernada desde su capital Ecbatana (la actual Hamadán, en Irán). En ese contexto tuvo lugar el enlace entre la princesa Mandane, hija del rey medo Astiages, y el rey persa Cambises I, del que nacería Ciro el Grande. Tras tomar Ecbatana, Ciro emprendió una serie de conquistas que lo llevarían a constituir el imperio más grande de la historia hasta aquel momento. En Asia Menor se hizo con el importante reino de Lidia, en 547 a.C., aprovechando una provocación del rey Creo, que traspasó la frontera entre ambos Estados, marcada por el río Halys. Ciro atravesó el territorio de la antigua Asiria, cruzó el Tigris y siguió la que habría de ser la famosa ruta real a Sardes, la capital lidia, según la Crónica babilonia. Las fuentes mantienen silencio sobre los siguientes años del reinado de Ciro. Seguramente los dedicó a luchar en el este para someter aquellos extensos territorios prósperos en metales, caballos y hombres, adonde llegaban diversas riquezas procedentes de tierras remotas a través del comercio caravanero. En cualquier caso, anexionó las tribus arias de la región de los ríos Oxus y Yaxartes (los actuales Amu Daria y Sir Daria)), así como a los partos, en el noreste de Irán. Después marchó contra Bactria (entre los actuales Afganistán y Uzbekistán) y llegó hasta Samarcanda, capital de la región de Sogdiana. Concluidas sus operaciones en el este, Ciro tenía y a su alcance su gran objetivo: Babilonia, la histórica capital de Mesopotamia. Desde hacía años, el rey babilonio Nabonido había perdido el apoyo del clero del dios Marduk a causa del desprecio que manifestaba por los ritos tradicionales de la ciudad. La propaganda persa, en cambio, presentaba a Ciro como un monarca respetuoso con las creencias de la ciudad. En el Cilindro de Ciro, el propio monarca persa proclamaba que el dios Marduk había pronunciado su nombre para convertirse en dueño del mundo. Con la conquista de Babilonia, Ciro llegó a la cúspide de su poder; se había convertido en «rey del mundo», como decía su famoso Cilindro.
Tras unir a medos y persas bajo su mando, Ciro II creó un vastísimo imperio, que incluía Anatolia, Mesopotamia e Irán y que gobernó con el título de «Rey del Mundo». En el Cilindro de Ciro, un documento que conmemoraba su conquista de Babilonia en 539, Ciro II también se presentaba como el «Gran Rey, Rey Legítimo, Rey de Babilonia, Rey de Sumer y Acad, Rey de las Cuatro Regiones». En el mismo texto se afirma que los reyes de todo el mundo, desde el mar Superior hasta el Inferior -esto es, desde el Mediterráneo hasta el golfo Pérsico-, le llevan sus tributos y le besan los pies en Babilonia. Sin embargo, apenas quince años antes de la toma de Babilonia, Ciro estaba muy lejos de ser «rey del mundo». Su poder se reducía a la región de los montes Zagros, al sur del actual Irán, en donde estaban asentados los persas, un antiguo pueblo nómada. Ciro pertenecía a la dinastía reinante de los aqueménidas, que había surgido hacia el año 700 a.C., cuando Aquemenes, el legendario jefe del clan pasagarda, estableció a su gente en el territorio de Anshán, que entonces empezó a llamarse Persia (Parsa, tierra de los persas). El heredero de Aquemenes, Teispes, fundó un reino que bajo sus antecesores Ciro I y Cambises I ganó nuevos territorios, como la mayor parte del antiguo reino de Elam. Pero, aunque Persia adquiría cada vez mayor envergadura, era un Estado vasallo de la potente Media. Los medos, un pueblo nómada y semitribal, lucharon contra el Imperio asirio hasta conquistar su capital, Nínive, en el año 612 a.C. La victoria los convirtió en dueños de toda la meseta que se extiende entre Mesopotamia y la India, gobernada desde su capital Ecbatana (la actual Hamadán, en Irán). En ese contexto tuvo lugar el enlace entre la princesa Mandane, hija del rey medo Astiages, y el rey persa Cambises I, del que nacería Ciro el Grande. Tras tomar Ecbatana, Ciro emprendió una serie de conquistas que lo llevarían a constituir el imperio más grande de la historia hasta aquel momento. En Asia Menor se hizo con el importante reino de Lidia, en 547 a.C., aprovechando una provocación del rey Creo, que traspasó la frontera entre ambos Estados, marcada por el río Halys. Ciro atravesó el territorio de la antigua Asiria, cruzó el Tigris y siguió la que habría de ser la famosa ruta real a Sardes, la capital lidia, según la Crónica babilonia. Las fuentes mantienen silencio sobre los siguientes años del reinado de Ciro. Seguramente los dedicó a luchar en el este para someter aquellos extensos territorios prósperos en metales, caballos y hombres, adonde llegaban diversas riquezas procedentes de tierras remotas a través del comercio caravanero. En cualquier caso, anexionó las tribus arias de la región de los ríos Oxus y Yaxartes (los actuales Amu Daria y Sir Daria)), así como a los partos, en el noreste de Irán. Después marchó contra Bactria (entre los actuales Afganistán y Uzbekistán) y llegó hasta Samarcanda, capital de la región de Sogdiana. Concluidas sus operaciones en el este, Ciro tenía y a su alcance su gran objetivo: Babilonia, la histórica capital de Mesopotamia. Desde hacía años, el rey babilonio Nabonido había perdido el apoyo del clero del dios Marduk a causa del desprecio que manifestaba por los ritos tradicionales de la ciudad. La propaganda persa, en cambio, presentaba a Ciro como un monarca respetuoso con las creencias de la ciudad. En el Cilindro de Ciro, el propio monarca persa proclamaba que el dios Marduk había pronunciado su nombre para convertirse en dueño del mundo. Con la conquista de Babilonia, Ciro llegó a la cúspide de su poder; se había convertido en «rey del mundo», como decía su famoso Cilindro.
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