ACADEMIA DE 14 AGOSTO DE 2012

ACADEMIA DE  14 AGOSTO DE 2012
TURNO VESPERTINO

viernes, 9 de diciembre de 2011

PASTRANA FLORES, TEZCATLIPOCA CONTRA QUETZALCÓTL EN LA CAÍDA DE TULA.

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Quetzalcóatl, como sacerdote,
practicaba el ayuno, la penitencia y la mortificación corporal, acciones
rituales indispensables para mantener la comunicación entre el mundo de los
hombres y el de los dioses, y para que lo sagrado continuara prodigando los
dones que hacían posible la bonanza de los toltecas. Códice Florentino, lib. III, f. 10r.
Reprografía: Marco Antonio
Pacheco / Raíces







Para los antiguos pueblos de habla náhuatl, los relatos acerca de
Tula, los toltecas, su afamado gobernante Quetzalcóatl y su adversario
Tezcatlipoca constituían todo un referente para la vida política y ritual de
esos grupos. Las narraciones sobre la prodigiosa riqueza e historia de la ciudad
de los toltecas no sólo fueron un tópico recurrente en los relatos indígenas,
sino que también representaban un importante modelo de conducta para los
gobernantes, sacerdotes y grupos de poder del Altiplano Central de
México.

Las
fuentes

Para el conocimiento de las ideas que los antiguos
nahuas tenían sobre Tula se cuenta con variadas fuentes de tradición indígena, y
entre ellas se destacan los textos en náhuatl de los informantes indígenas que
fray Bernardino de Sahagún recopiló en su Historia general de las cosas de
Nueva España,
o Códice florentino, así como los llamados Anales de
Cuauhtitlan, la Leyenda de los Soles y la Historia Tolteca-Chichimeca
; en
tanto que entre los textos escritos en castellano pueden mencionarse los
trabajos de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.
En esas fuentes el pasado tolteca
es visto de una manera totalmente idealizada, ya que al paso de las generaciones
la ciudad de Quetzalcóatl se fue revistiendo con los colores de la admiración y
la nostalgia. Los relatos se estructuran conforme a antiguos esquemas
cosmológicos y heroicos, al tiempo que los distintos grupos nahuas
reinterpretaban el pasado conforme a las necesidades del presente. Por ello,
esas crónicas no cuentan cómo fue la ciudad arqueológica de Tula en el estado de
Hidalgo durante los siglos XI y XII, sino cómo los nahuas del siglo XVI creían
que había sido. Para ellos Tula era la ciudad por antonomasia, un lugar
glorificado, encarnación de todo lo bueno y deleitoso, la urbe que poseía todas
las riquezas materiales y las bellezas que el arte podía prodigar, en fin, el
lugar que tenía el conjunto de lo que podía desearse a los ojos del mundo
mesoamericano.
La prosperidad
tolteca

Varias de las historias sobre Tula comienzan
relatando las maravillas de la urbe y la fortuna de sus habitantes. Por ejemplo,
se dice que Quetzalcóatl se retiraba a orar a la suprema deidad Ometéotl en
casas esplendorosas, cuyas habitaciones estaban edificadas con fastuosos
materiales: oro, plata, turquesa, conchas marinas y corales, entre otros;
además, había casas con paredes recubiertas de plumas de quetzal y otras
preciosas aves tropicales. Por otra parte, se afirma que los toltecas gozaban de
pródigos frutos de la naturaleza, como calabazas gigantes y mazorcas de maíz tan
grandes que tenían que ser cargadas por dos hombres; en el mismo tono se habla
de la existencia de plantíos de cacao y de algodón, el cual crecía teñido de
varios colores. Claro que esto no debe ser interpretado de manera literal, sino
como un símbolo, una metáfora de la riqueza y magnificencia que alcanzó Tula en
la memoria de los grupos nahuas.

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