El rito del eterno retorno
Rolando Cordera Campos
Escribo rito y no mito porque en Guerrero no se inventa; sólo se sufre y se muere. Una y otra y otra vez, hasta convertir el arco secular de su violencia en un círculo alucinante de repetición mortuoria que recoge las hazañas del pueblo guerrerense y los abusos del poderoso en turno quien, a su vez, recoge los mandatos de los poderes de siempre enfeudados en la tierra o el bosque, el comercio y la usura, y ahora (¿ahora?), el cultivo y tráfico de drogas.
Para un memorioso deteriorado, lo ocurrido este 12 de diciembre en la Autopista del Sol despierta los ecos lúgubres de los años 60: Chilpancingo e Iguala, Caballero Aburto y sus demenciales matanzas; Genaro Vázquez Rojas, del secuestro a la prisión y su posterior rescate para refugiarse en el monte.O Abarca Alarcón y Atoyac, con un Lucio Cabañas que, frente a una nueva masacre, se va para el cerro a formar su Brigada del Partido de los Pobres. O el segundo Figueroa y Aguas Blancas enrojecidas de sangre, con vaya a saberse cuántos jóvenes y viejos campesinos ya en la sierra y por otros
caminos del sur.
La irresponsabilidad gubernamental en el desalojo criminal de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa que habían tomado la autopista nos remite también a los relatos de Othón Salazar y su permanente denuncia del atropello policial, que no hacía sino revelar la incapacidad de los gobernantes para registrar en pupilas y neuronas la presencia de los pobres más pobres de las tierras sureñas.
La única capacidad mostrada: convertir en invisibles a los débiles, para así justificar el uso desmedido de la fuerza para responder a sus reclamos. Y vuelta a la tuerca de la desesperación y la ira.
Convocar a otro ¡Basta ya!, que no fuera reiteración resignada, debería implicar el examen detallado y sin concesiones de la actuación policial y judicial del estado y la Federación antes, si es que eso es posible, de que nos sometan a una aberrante guerra de videos al gusto.
Pero junto con la exigencia de cuentas claras de la autoridad y el castigo de los culpables, es indispensable que el país entero se haga cargo de la desproporción en que anidan esta y otras tragedias, como la que nos contara La Jornada hace unos días tras el sacrificio de don Trino en Aquila.
El pozo de la pobreza sometida a una desigualdad que se reproduce sin coto, articula la lucha por la propiedad colectiva o la demanda estudiantil de un poco más de dinero para comer, que el gobernador de Guerrero había prometido resolver pronto. Pero también da cuenta de una incongruencia profunda del edificio republicano y ahora democrático que debería reinar y modular el conflicto social pero no lo hace.
Arriba de ese pozo impera, como antes de que presumiéramos de urbanos, demócratas y globalizados, la incultura impune de la riqueza cuyos designios obedecen los matones y buscan edulcorar los nuevos intérpretes del poder oligárquico. Se nutre y despliega el mal gobierno, contra el que se levantaron los revolucionarios de todos los tiempos. Y sigue ahí, aferrado a la impunidad y la ley del más fuerte.
De nuevo, como lo contara Arturo Cano ayer en La Jornada, los jóvenes que se aferran a la esperanza y sobreviven como pueden entre los muros deteriorados de la enseñanza normal nacional, como
De no ser así, sólo quedará la ampliación del círculo corrosivo de reclamo, muerte, decepción y posterior escarnio desde el poder que ha marcado la vida de Guerrero. Y frente a esto, la desesperación rencorosa que todo lo aniquila.
Los
Arriba de ese pozo impera, como antes de que presumiéramos de urbanos, demócratas y globalizados, la incultura impune de la riqueza cuyos designios obedecen los matones y buscan edulcorar los nuevos intérpretes del poder oligárquico. Se nutre y despliega el mal gobierno, contra el que se levantaron los revolucionarios de todos los tiempos. Y sigue ahí, aferrado a la impunidad y la ley del más fuerte.
De nuevo, como lo contara Arturo Cano ayer en La Jornada, los jóvenes que se aferran a la esperanza y sobreviven como pueden entre los muros deteriorados de la enseñanza normal nacional, como
gaviotaso arrejuntados para compartir frijoles, condensan el gran reto nacional de una juventud desperdiciada que no tiene educación ni empleo seguro, ni expectativa de vida digna y buena. La crisis política, conforme al rito nefando, se cierne de nuevo sobre las tierras de don Juan Álvarez, pero el pronóstico debiera ser reservado y cuidadoso, sometido a los acosados pero fundamentales criterios de justicia, seguridad y democracia.
De no ser así, sólo quedará la ampliación del círculo corrosivo de reclamo, muerte, decepción y posterior escarnio desde el poder que ha marcado la vida de Guerrero. Y frente a esto, la desesperación rencorosa que todo lo aniquila.
Los
caminos del surya no sólo van para Guerrero.
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