Los caballeros medievales
La máxima aspiración de los jóvenes nobles medievales era ser armados caballeros y emprender una vida de aventuras, participando en torneos, en batallas y en justas por el amor de una dama.
Torneos y justas, batallas y desafíos, y también hechos galantes constituían el ideal de vida del caballero, obligado a seguir un estricto código ético en el que predominaban las virtudes del cuerpo y del alma. Durante la Edad Media, la caballería no fue tan sólo un cuerpo de guerreros, el más prestigioso en los ejércitos de reyes y príncipes, sino que constituyó también una forma de vida, con su ética propia, sus ritos, sus héroes y tradiciones. En los innumerables textos caballerescos que se escribieron durante los siglos medievales e incluso más tarde, los caballeros eran protagonistas de guerras, torneos y fiestas cortesanas, lo que sucedía tanto en la vida real como en la ficción. Una y otra llegaron a confundirse. Personajes literarios como el rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda encarnaron un ideal de caballería que muchos nobles de carne y hueso intentaron llevar a la práctica en combates, justas y aventuras galantes. La preparación para la vida del caballero empezaba ya en la infancia y la adolescencia. En general, a los niños de la nobleza se les alejaba pronto de su familia para recibir una educación especial. Normalmente se los enviaba a la casa de algún señor o príncipe, que podía encontrarse en el mismo país o en el extranjero. La educación, entre los seis y los catorce años, quedaba a cargo de un ayo o instructor, como en el caso del condestable Ruy López Dávalos con el noble castellano Pero Niño. En la literatura, este papel lo desempeñaba a veces una mujer a modo de hada, como la Dama del Lago, que educa al huérfano Lanzarote en su palacio mágico bajo un lago antes de enviarlo a la corte de Arturo. En esos primeros años, el futuro caballero aprendía las letras, leyendo o escuchando textos épicos como el Cantar de Roldán o el Cantar de Mio Cid, novelas caballerescas del estilo de La muerte del rey Arturo o el Amadís de Gaula, u obras didácticas como el Libro del conde Lucanor. Los protagonistas de estostextos eran entendidos como modelos dignos de imitación, a los que el futuro caballero debía tratar de igualar o superar. Leyendo esas obras se aprendían, como decía Alfonso X el Sabio, las virtudes de «corazón» y de «cuerpo» necesarias para todo buen caballero. Entre las primeras se encontraban la sabiduría, la obediencia, la humildad, la lealtad, la justicia, la mesura, la fe, la piedad y la generosidad; entre las segundas, la fortaleza, la limpieza y el donaire. Los niños también eran adiestrados en el manejo de las armas ofensivas y defensivas. Manejar la espada, por ejemplo, requería habilidad y fuerza física. Los jóvenes también aprendían el arte de cabalgar en sus diferentes modalidades, y se aficionaban a la caza, una actividad en la que adquirían destreza y desenvoltura tanto de forma individual como colectiva; integrar una partida de caza y abatir un jabalí o un ciervo con una lanza constituía un excelente entrenamiento para el combate. A partir de los quince o dieciséis años, el joven ya estaba preparado para participar en los hechos de armas, y, por tanto, era capaz de emprender «aventuras». Entonces empezaba de verdad la vida de un caballero andante, en la que iba de un castillo a otro, a veces también cambiando de país, en busca de nuevos desafíos para demostrar su valor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario